18 octubre 2006

El verdadero pensamiento tras "Humano, demasiado humano"

A continuación transcribimos los siete capítulos restantes de HUMANO, DEMASIADO HUMANO con sus respectivas explicaciones. (Destacamos en color azul el texto de Nietzsche; en negro nuestras versiones).

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Por consiguiente, cuando alguna vez he tenido necesidad de ello, he inventado también para mi uso particular los “espíritus libres”, a quienes dedico este libro de desaliento y entusiasmo a un tiempo, intitulado Humano, demasiado humano: “espíritus libres” de este género no los hay ni los ha habido nunca, pero yo tenía entonces –como he dicho– necesidad de su compañía para estar de buen humor entre malos olores (enfermedad, aislamiento, exilio, acedia, inactividad), como valientes compañeros y fantasmas, con los que se bromea y se ríe, cuando se tienen ganas de bromear y de reír, y a quienes se envía al diablo cuando se ponen cargantes, como compensación de los amigos que me faltaban. Yo seré el último que ponga en duda que un día pueda haber espíritus libres de este género, que nuestra Europa cuente entre sus hijos de mañana y de pasado mañana con semejantes compañeros, alegres, y atrevidos, corporales y tangibles, y no solamente, como en mi caso, a título de esquemas y de sombras que se le aparecen a un anacoreta. Ya les veo llegar lenta, lentamente; ¿y acaso no hago yo algo para apresurar su llegada, cuando describo anticipadamente bajo qué auspicios los veo nacer, por qué camino los veo llegar?

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Por consiguiente, cuando alguna vez he tenido la necesidad de estar acompañado en mi pensamiento, he inventado para no estar solo, a los “espíritus libres” a quienes dedico este libro que los valores culturales establecidos califican de desaliento, en cambio yo, de entusiasmo, intitulado “Todo es humano, y ni siquiera se aproximan a imaginar, a comprender lo demasiado humano que es”; personas “liberadas de falsos conceptos” a este grado, no existen y no han existido nunca, pero como he dicho tenía que cuidar mi estado de ánimo de los malos humores que me rodeaban (enfermedad, aislamiento, exilio, flojera espiritual e inactividad), por lo que los inventé como valientes compañeros y fantasmas, con los que se bromea y se ríe, cuando se desea, y se despiden cuando aburren, en reemplazo de los amigos que me faltaban. No dudo que en futuras generaciones se produzcan en nuestra Europa “espíritus libres” de este grado, compañeros alegres y valientes, tangibles, de cuerpo y hueso, humanos, y no como en mi caso que para estar acompañado los invento, los formo como fantasmas, esquemas y sombras a propia voluntad para entretenerme con ellos, similar a las alucinaciones que se les aparecen involuntariamente a los anacoretas y no se percatan que son producidas por sus propios cerebros. Veo que lentamente el ser humano va liberando su espíritu, su mente de conceptos falsos, de generación en generación; ¿y acaso no colaboro yo algo para apresurar el proceso, cuando comunico lo que se necesita para que comiencen a liberarse, y qué medidas y rumbos deben tomar los seres humanos para lograrlo?

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Podemos esperar que un espíritu en el que el tipo de “espíritu libre” debe un día madurar y sazonarse hasta que la perfección tenga su aventura decisiva en un acto de desligamiento, y que antes no haya sido más que un espíritu esclavo que parecía encadenado para siempre a su rincón y a su columna. ¿Cuál es la ligadura más sólida? ¿Cuáles son sus lazos casi imposibles de romper? Entre los hombres de una especie rara y exquisita, serán los deberes: el respeto tal como conviene a la juventud, la timidez y el enternecimiento a todo le que es antiquísimamente venerado y digno, el reconocimiento al suelo que lo ha sustentado, a la mano que le ha guiado, al santuario en que aprendió a rezar ..., lo que lo obligue más duramente. La gran liberación para los esclavos de esta índole se opera repentinamente, como un temblor de tierra: el alma joven se siente de golpe agitada, desligada, arrancada, ella misma no comprende lo que sucede. Es una instigación, una impulsión que se ejerce y se adueña de ellos como una orden, se despierta una voluntad, un deseo de ir adelante, sea donde sea y a toda costa; una violenta y peligrosa curiosidad hacia un mundo no descubierto flamea y resplandece en todos sentidos. “Antes morir que vivir aquí”: así habla la voz imperiosa de la seducción, ¡y este “aquí”, este “entre nosotros” es todo lo que ella ha amado hasta ahora!. Un miedo y una desconfianza súbitos de todo lo que amaba; un relámpago de menosprecio hacia lo que ella llamaba su “deber”; un deseo sedicioso, voluntario, impetuoso como un volcán, de viajar, de expatriarse, de alejarse, de refrescarse, de despejarse, de serenarse; un odio hacia el amor; quizá un paso y una mirada sacrílega hacia atrás, allá, donde hasta ahora ha amado y rezado; quizá un rubor por lo que acaba de hacer, y un grito de alegría al mismo tiempo por haberlo hecho, un estremecimiento de embriaguez y de placer interior, en el que se revela una victoria –¿una victoria?, ¿sobre qué?, ¿sobre quién?, victoria enigmática, problemática, sujeta a caución, pero que es, en fin, la primera victoria–: he ahí los males y dolores que comprenden la historia de esta liberación. Es al mismo tiempo, una enfermedad que puede destruir al hombre, la explosión primera de fuerza y de voluntad de determinarse a sí mismo, de estimarse a sí mismo, la voluntad del libre querer: ¡Y qué grado de enfermedad se descubre en las pruebas y las extravagancias salvajes mediante las cuales el emancipado, el liberado, trata en delante de demostrar su dominio sobre las cosas!. Lanza en torno suyo crueles dardos, con una avidez insaciable; paga su botín con la peligrosa excitación de su orgullo; desgarra lo que le atrae. Con una malévola sonrisa, revuelve todo lo que está vedado por algún pudor: trata de ver lo que parecen las cosas cuando se las pone al revés. Por puro capricho, y complacencia en el capricho, es por lo que tal vez concede ahora su benevolencia a lo que hasta aquí tenía mala reputación: es por lo que merodea, curioso e indagador, por los alrededores de lo prohibido. En el fondo de sus agitaciones y desbordamientos –pues, al mismo tiempo, está inquieto y sin monte, como un desierto– se alza el punto de interrogación de una curiosidad cada vez más peligrosa. “ ¿No se podrían volver todas las medallas?, ¿y el bien no podría ser el mal? ¿ y Dios no ser más que una invención y una truhanada del diablo? En último análisis, ¿no podría ser falso todo? Y si nos sentimos engañados, ¿no nos sentimos también por eso engañadores? ¿Será preciso también que seamos engañadores?” He ahí los pensamientos que le guían y extravían, llevándole cada vez más adelante, más lejos. La soledad, esa temible diosa y mater saeva cupidinum, le retiene en su círculo y en sus anillos, cada vez más amenazadora, más asfixiante, más opresiva; pero ¿quién sabe hoy lo que es la soledad?

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Es posible que un espíritu en el que el tipo de “espíritu libre” se vaya formando y acrecentando hasta llegar a una percepción en la que quede completamente desligado de ataduras conceptuales que lo mantenían esclavizado, encadenado a sus convicciones pueda lograrlo, pero ¿cuál es la ligadura más sólida que se lo impide? ¿Cuáles son los lazos casi imposibles de romper? Entre los hombres que se elevan en el pensamiento, serán los valores que los rigen: el respeto que los jóvenes, por conveniencia tienen a los adultos, la timidez y la emoción ante todo lo que por generaciones se ha venerado y dignificado, el patriotismo, la educación recibida, la religión que le enseñan y aceptó... serán las barreras más difíciles de romper. La gran liberación para los esclavos de esta índole, se produce repentinamente, como un temblor de tierra: brota una espiritualidad del alma pura, una excitación, una clarificación de conceptos, ella misma no comprende lo que sucede. Es una instigación, un impulso que se adueña de ellos como una orden; brota una voluntad, un deseo de avanzar en el conocimiento en general, una curiosidad por seguir descubriendo este mundo maravilloso no descubierto que comienza a presentarse en todos sus sentidos, sin temor a violentar conceptos con todos los inconvenientes que esta acción le acarrea al no ser comprendido por los demás. “Antes morir que seguir viviendo como lo había hecho hasta ahora en la común conceptualidad”. Así es de significativa la claridad inteligible que se produce, dándose cuenta de la insignificancia de las cosas que había amado en la antigua valorización de conceptos. Se produce una desconfianza súbita de todo lo que había amado, un relámpago impetuoso de despreciar sus antiguos valores, una rebelión voluntaria, consciente, un deseo impetuoso de abandonar los encadenamientos, de seguir clarificándose, de tranquilizarse en este nuevo estado mental; un odio a lo que malamente había llamado amor, un avance con visión “sacrílega” (desde el concepto cultural) a todo lo que había amado y rezado, un rubor y alegría por lo que le está sucediendo, un estremecimiento de embriaguez y de placer interior en el que se revela una victoria ¿sobre qué? ¿Sobre quién?
Victoria enigmática, problemática, sujeta a precaución, pero que es, en fin, la primera victoria: he ahí los males y dolores que componen el proceso de esta gran liberación. Es, al mismo tiempo, una enfermedad que puede destruir al hombre, puede trastornarlo la primera explosión de fuerza y de voluntad de mandarse a sí mismo, de estimarse a sí mismo, la voluntad de actuar con libertad: ¡Y qué grado de enfermedad se descubre en las experiencias y extravagancias salvajes por las que el liberado trata de explicar su dominio de los conceptos. Lanza en torno suyo “crueles” afirmaciones (crueles desde la perspectiva común) sin importarle sus consecuencias; paga la riqueza de su inteligencia con la peligrosa excitación de su orgullo al no ser comprendido; desgarra, revisa lo que le atrae. Con maldad sonriente (porque no lo considera maldad) revuelve todo lo que está vedado por algún pudor, lo prohibido: Trata de ver lo que aparece cuando se invierten los valores. Por puro instinto y complacencia en el instinto, es por lo que tal vez concede ahora su benevolencia a lo que era considerado malo; es por lo que indaga curiosamente en lo prohibido. En el fondo de sus agitaciones y desbordamientos (pues, al mismo tiempo está inquieto y sin rumbo, como en un desierto) se alza el punto de interrogación de una curiosidad más peligrosa. ¿No se podrían invertir todos los valores? ¿Y el bien no podría ser el mal? ¿Y Dios no ser más que una invención y una truhanada del diablo? En último análisis, ¿no podría ser falso todo? Y si nos sentimos engañados ¿no nos sentimos también por eso engañadores?, engañadores del engaño. He ahí los pensamientos que le guían (aunque para el concepto común es un extravío), llevándole cada vez más adelante en el conocimiento. La soledad, esa terrible diosa y mater saeva cupidinum, lo oprime cada vez más amenazadora; pero nadie sabe hoy lo que es estar en una completa soledad de percepción.

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Desde este aislamiento enfermizo, desde el desierto de estos años de aprendizaje, queda aún mucho trecho hasta esa inmensa seguridad y salud desbordante, que no puede prescindir de la enfermedad misma, como medio y anzuelo del conocimiento; hasta esa libertad madura del espíritu, que es también dominio de sí mismo y disciplina del ánimo, y que permite el acceso a modos de pensar múltiples y opuestos; hasta ese estado interior, saturado y hastiado del exceso de riquezas, que excluye el peligro de que se pierda el espíritu, por así decir, en sus propias vías, y que se enamorisque en alguna parte y permanezca sentado en cualquier rincón; hasta esa superabundancia de fuerzas plásticas, medicatrices, educadoras y reconstituyentes, que es justamente el signo de la gran salud, esa superabundancia que da al espíritu libre el privilegio peligroso de poder vivir a título de experiencia y de entregarse a las aventuras: ¡el privilegio de dominio del espíritu libre! A partir de aquí, puede que tenga largos años de convalecencia, años llenos de fases multicolores, mezcladas de dolor y de encanto, dominadas y frenadas por una tenaz voluntad de estar sano, que ya se atreve a menudo a vestirse y a disfrazarse de salud. Hay aquí un estado intermedio del que un hombre así destinado no puede acordarse después sin emoción: disfruta como una luz, un goce de sol pálido y delicado, un sentimiento de libertad de pájaro, de petulancia de pájaro, una combinación en que se reúnen la codicia y un tierno menosprecio. “Un espíritu libre”: esta fría expresión es bienhechora en este estado, casi reconforta. Se vive, sin estar ya en los lazos del amor y del odio, sin Sí y sin No, voluntariamente cerca, voluntariamente lejos, complaciéndose sobre todo en escapar, en evadirse, en alzar el vuelo, tan pronto huyendo como elevándose a aletazos; se está hastiado como todo hombre que ha visto una vez por debajo de sí una inmensa multiplicidad de objetos, y se llega a ser lo contrario de los que se preocupan de cosas que no les conciernen. En realidad, lo que concierne al espíritu libre es en lo sucesivo solamente cosas –¡y cuántas cosas!– que no le preocupan ya...

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Desde este aislamiento y enfermedad solitaria de aprendizaje, que es como denomino al proceso de liberar el espíritu, la mente; queda mucho trecho en el que no se puede prescindir del proceso como camino hacia el conocimiento; hasta llegar a esa inmensa seguridad y salud desbordante; hasta esa liberación completa del espíritu en donde se produce un dominio de sí mismo y un control del ánimo que permite además en una gran inteligencia acceder a todos los modos de pensar existentes y comprenderlos con sus errores conceptuales que los componen. En ese estado mental pleno de inteligencia y percepción inteligible queda excluido el espíritu, la mente, de ser dominado, esclavizado por convicciones. Se produce una superabundancia de funciones del cerebro, un dominio mental que indica que se está en un estado de gran salud en el cual se comienza a experimentar vivencias, aventuras en el conocimiento. (Peligrosas, porque la percepción común no tiene acceso a ellas ni la capacidad de comprenderlas). A partir de aquí, puede que tenga largos años de asentamiento, años de múltiples situaciones controladas por una propia voluntad de seguir avanzando, pero ya se atreve a considerarse en óptimo estado mental. Hay aquí un estado intermedio que al que le sucede lo recuerda con emoción: disfruta de una iluminación, de una cálida y delicada sensación de agrado, un sentimiento de libertad donde el pensamiento se eleva por sobre todo lo establecido, en una completa comprensión, una combinación en que se junta el interés por adquirir mayor conocimiento de la realidad, un sensible y respetuoso menosprecio de los errores conceptuales de los espíritus esclavos. Un “espíritu libre”: esta fría expresión es bienhechora en este estado, reconforta. Se vive, sin estar sujeto a falsos conceptos de amor y odio. Con un voluntario acceso a todos los pensamientos existentes y con capacidad de analizarlos y desechar todo lo falso que contienen, falsedades que ya no le preocupan por haberlas descartado de la realidad, por ser conceptos que fue inventando el hombre. ¡Y cuántas cosas! que no le preocupan ya...

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Un paso más en la curación: y el espíritu libre se acerca a la vida, lentamente, es cierto, casi de mala gana, casi con desconfianza. De nuevo, todo se vuelve más cálido en torno a él, más dorado, por así decir; sentimiento y simpatía adquieren profundidad, y brisas tibias de toda especie soplan por encima de él. Se encuentran casi como si sus ojos se abriesen por primera vez a las cosas cercanas. Está maravillado y se sienta en silencio: ¿dónde estaba? ¡Qué cambiadas le parecen estas cosas inmediatas y cercanas! ¡De qué terciopelo y encanto se hallan revestidas, sin embargo! Lanza hacia atrás una mirada de reconocimiento por sus viajes, por su dureza y su alienación de sí mismo, por sus miradas a lo lejos y sus vuelos de pájaro en las frías alturas. ¡Qué dicha no haberse quedado siempre “en su casa”, siempre en ella entregado a la regalada poltronería! ¡Qué estremecimiento inesperado! ¡Qué dicha incluso en la lasitud, en la antigua enfermedad, en las recaídas del convaleciente! ¡Cómo se complace en quedarse tranquilamente sentado con su mal, en hilar la paciencia, en acostarse a la puesta del sol! ¿Quién comprende, como él, la dicha que hay en invierno, en las sombras del sol contra el muro? Estos convalecientes, estos lagartos, medios vueltos a la vida, son los animales más agradecidos del mundo, y los más modestos: entre ellos los hay que no dejan pasar un día sin poner en la parte baja de su manto una breve leyenda panegírica. Y hablando seriamente: es una cura a fondo contra todo pesimismo (el cáncer –como es sabido– de los viejos idealistas y héroes de la mentira) caer enfermo a la manera de esos espíritus libres, seguir enfermo un buen lapso de tiempo y luego, lentamente, recobrar la salud, quiero decir una “mejor” salud. Hay una ciencia, ciencia de vivir, para administrarse a sí mismo, por mucho tiempo, la salud a pequeñas dosis.

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Un paso más en el proceso: y el espíritu libre comienza a acceder a la realidad de la vida, con lentitud y desconfianza. En una espiritualidad exquisita en donde se acentúan, se profundizan los sentimientos y simpatías. Es como si por primera vez se apreciara lo maravilloso de las cosas cercanas, terrenas. Está maravillado y se sienta en silencio ¿dónde estaba? ¡Qué cambiadas le parecen estas cosas inmediatas y cercanas! ¡De qué terciopelo y encanto se hallan revestidas, sin embargo!. Recuerda lo vivido, su valiente experiencia, su loca firmeza por haber tenido la voluntad de profundizar, de elevarse en el pensamiento. Feliz de haber podido elevarse por sobre la cómoda valorización en la que había vivido. Feliz de recordar todo el camino que recorrió. ¡Qué complacencia y tranquilidad le produce esta nueva conceptualidad en la que erradamente ven maldad, sin impacientarse, sin apurarse! ¿Quién comprende como él la felicidad que produce poder observar las cosas reales y disfrutarlas como tal, como realidad? Estos comediantes, estas personas que están accediendo a la iluminación de su intelecto, volviendo a una real vida, son los seres más agradecidos y modestos: No dejan pasar un día sin elogiarse interiormente por la situación que están viviendo. Y hablando seriamente: es un antídoto contra el pesimismo (el cáncer, el sentimiento que corroe a los idealistas y campeones para mantener mentiras) entrar en este proceso de liberación del espíritu, de la mente, por ir recobrando el intelecto, el “verdadero” intelecto. Hay una ciencia, la ciencia de la verdadera vida natural, la que enseña a sí mismo, por largo tiempo, en todas las pequeñas cosas observadas, el camino hacia lograr un gran intelecto para percibir una completa realidad.

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Por esta época, puede suceder en fin, entre los destellos súbitos de una salud aún incompleta, todavía sujeta a variaciones, que a los ojos del espíritu libre, cada vez más libre, comience a descubrirse el enigma de esa gran liberación que hasta entonces había esperado oscura, problemática, casi intangible, en su memoria. Cuando en otro tiempo apenas se atrevía a preguntarse: “¿Por qué tan apartado, tan solo, renunciando a todo lo que yo respetaba, renunciando a este respeto mismo, por qué esta dureza esta desconfianza, este odio hacia mis propias virtudes?”, ahora se atreve a plantear la pregunta en voz alta y oye ya algo así como una respuesta. “Tenías que llegar a ser dueño de ti, dueño también de tus propias virtudes. Antes ellas eran tus dueñas; pero no tienen derecho a ser más que tus instrumentos al lado de otros instrumentos. Tenías que adquirir el poder sobre tu pro y tu contra y aprender el arte de aceptarlos y desprenderte de ellos según tu fin superior del momento. Tenías que aprender a percibir el elemento de perspectiva de toda apreciación: la deformación, la distorsión y la aparente teleología de los horizontes y todo lo que concierne a la perspectiva: y también la dosis de indiferencia que hace falta respecto a los valores opuestos y a todas las pérdidas intelectuales con que se hace pagar todo Pro y todo Contra. Tenías que aprender a percibir lo que hay de injusticia necesaria en todo Pro y Contra, la injusticia como inseparable de la vida, la vida misma como condicionada por la perspectiva y su injusticia. Tenías ante todo que ver con tus propios ojos dónde hay siempre más injusticia, a saber: allí donde la vida tiene su desarrollo más mezquino, más estrecho, más pobre, más rudimentario y donde, sin embargo, no puede hacer más que tomarse así misma por fin y medida de las cosas, desmigajar y poner en tela de juicio furtiva, minuciosa y asiduamente, por amor a la conservación, lo que es más noble, más grande, más rico: tenías que ver con tus propios ojos el problema de la jerarquía, y la manera en que el vigor, la justeza y la extensión de la perspectiva crecen a un tiempo a medida que nos elevamos. “Tenías que...; basta, el espíritu libre sabe ya a qué “necesidad” obedeció y también cual es ahora su poder, cuál es, solamente ahora..., su derecho...

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En esta etapa, entre las súbitas variaciones de avance del proceso, puede suceder que ante una liberación cada vez mayor del espíritu comience a develarse el por qué de las interrogantes que anteriormente se hacía: “¿Por qué tan alejado del pensamiento común, tan solo, despreciando los valores que antes había respetado, renunciando a ese concepto mismo de respeto que tuve, por qué esa dura desconfianza y aversión hacia las virtudes (mal formadas) que tenía”, ahora está teniendo la capacidad de obtener las respuestas. “Tenías que llegar a liberar tu mente de falsedades que se habían adueñado de ella limitando tu amplitud de pensamiento, tenías que crear tus propias virtudes sujetas a la realidad, a la vida; las falsas virtudes que tenías anteriormente no te permitían pensar, te dominaban. Tenías que adquirir la capacidad de captar lo que te es conveniente e inconveniente y aprender el arte de comprenderlo y desprenderte de lo inconveniente en un adecuado orden jerárquico. Tenías que aprender a percibir en qué elementos están fundamentadas las perspectivas de las diferentes apreciaciones: elementos que las deforman, distorsionan, y las aparentes finalidades que se le atribuyen a causas naturales; y también el grado de indiferencia que se debe aplicar a la falsedad contenida en los valores que los hacen contradictorios y conllevan a una pérdida de intelecto. Tenías que aprender a percibir la necesidad de cometer “injusticia”, de atacar “injustamente” a los valores habituales, (injusto desde la perspectiva de la común valorización, para ellos es injusto que los refuten porque no se dan cuenta que están compuestos de falsedades) la vida necesita que refuten los valores habituales para poder desarrollarse en la realidad. Tenías que ver por ti mismo donde más injustamente se encuentra calificado el desarrollo de la vida, sin embargo es dónde se toma a si misma como único valor, carente de finalidades. Tenías que ver por ti mismo el orden de importancia de los valores y la manera en que el vigor, la justicia y la amplitud de la perspectiva crecen a medida que nos elevamos en el pensamiento. “Tenías que”...; basta, el espíritu libre sabe ya que por amor a la vida, a la conservación, al desarrollo, avanzó en el proceso de liberarse y adquirió ahora su propia voluntad, su poder..., su derecho... (voluntad desligada del dominio de las convicciones)

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De esta manera es como el espíritu libre se da una respuesta a este enigma de la liberación y acaba generalizando su caso, por decirse así, sobre lo que se produjo en su vida. “Lo que me sucedió –se dice– debe sucederle a todo hombre en quién una misión quiere tomar cuerpo y “venir al mundo”. El poder y la necesidad secreta de esta misión obrará bajo y en sus destinos individuales a una manera de una preñez inconsciente: mucho tiempo antes de que se haya dado cuenta el mismo de esta misión y conozca su nombre. Nuestra vocación nos domina, aún cuando todavía no la conozcamos; es el porvenir que dicta su conducta a nuestro hoy. Dado que es el problema de la jerarquía del que tenemos derecho a hablar, puesto que es nuestro problema a nuestros espíritus libres: hoy, en el mediodía de nuestra vida, comenzamos a comprender qué preparaciones, rodeos, pruebas, ensayos y disfraces eran necesarios en el problema que “osaban” plantear ante nosotros, y cómo debíamos, ante todo, experimentar en nuestra alma y nuestro cuerpo las dichas y desdichas más diversas y contradictorias, como aventureros, como circunnavegantes de este mundo interior que se llama “el hombre”, como agrimensores de todo “ más allá” y “relativamente superior” que se llama igualmente “el hombre” –lanzándose en todas las direcciones, casi sin miedo, sin desdeñar nada, ni perder nada, saboreándolo todo, purificándolo todo y, por así decir, pasándolo todo por la criba para separar todo lo accidental–, hasta que al fin tengamos el derecho de decir, nosotros, espíritus libres: “¡He aquí un problema nuevo! ¡He aquí una larga escala, por cuyos escalones hemos trepado nosotros mismos, escala que nosotros mismos: hemos sido en algún momento! ¡He aquí un Más allá, un Más allá profundo, un Por debajo de nosotros, una gradación de inmensa longitud, una jerarquía que vemos: he aquí... nuestro problema!”

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De esta manera es como el espíritu libre se da una respuesta respecto a este enigma de la liberación y acaba generalizando su caso, por decirse así, sobre lo que se produjo en su vida. “Lo que me sucedió –se dice– debe sucederle a todo hombre en quién una misión quiere tomar cuerpo y “venir al mundo”. El proceso de ampliación de la capacidad de pensamiento, de aumento del intelecto, se va incubando sin percatarse conscientemente. Es como una vocación que sin conocerla aún nos hace avanzar; es como si el conocimiento más adelantado, de un futuro, se presentara anticipadamente. Dado que es el problema del orden de importancia de los valores, del que tenemos derecho a hablar, puesto que es un problema que nosotros captamos: hoy, que ya se nos despejaron las sombras, las dudas, comenzamos a comprender a qué prejuicios de todo tipo teníamos que enfrentarnos, y aventurarnos en ellos como medidores terrenos de todo concepto del “más allá” y “seres superiores”, sin temor ir analizando todo, limpiando, colando las perspectivas para separar el azar de finalidades; hasta que por fin denominados espíritus libres tengamos el derecho de decir: “He aquí un largo camino que hemos recorrido nosotros mismos, en el que dejamos botados, lejos, en un más allá, las cosas falsas, porque vemos la importancia de haber purificado la realidad, presentándose como un nuevo problema para nosotros lograr que sea comprendida.

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No hay psicólogo ni arúspice a quien ni por un momento se le oculte a qué estadio de la evolución que acabo de describir pertenece (o, bien, ha sido situado) el presente libro. Pero ¿dónde hay psicólogos hoy? Indudablemente en Francia; tal vez en Rusia; desde luego en Alemania, no. Y no faltan razones para que los alemanes actuales puedan hacer de ello incluso un título de honor: tanto peor para un hombre cuya naturaleza y vocación son en este punto antialemanes. Este libro alemán, que ha sabido hallar lectores en un círculo extenso de países y de pueblos –hace casi diez años de esto– y que debe ser hábil para cualquier música o arte de tocar la flauta, por medio del cual puedan ser seducidos incluso rudos oídos extranjeros, es precisamente en Alemania donde ha sido leído más negligentemente, donde peor se ha entendido. ¿A qué se debe esto? –“Exige demasiado –me han respondido–, se dirige a hombres liberados de apremios groseros, requiere de inteligencias finas y delicadas, precisa lujo, lujo de ocio, de pureza de cielo y de corazón, de otium en el sentido más audaz: cosas buenas todas que nosotros los alemanes de hoy no podemos tener ni, por lo tanto, dar.”
Ante una respuesta tan graciosa, mi filosofía me aconseja que me calle y no llevar más lejos las preguntas; sobre todo cuando, en ciertos casos, como dice el proverbio, no se es filósofo más que... guardando silencio
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Niza, en la primavera de 1886.
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No hay psicólogo ni adivino que ni por un momento desconozca a qué período del proceso de evolución que acabo de describir pertenece este libro. Psicólogos indudablemente hay en Francia; tal vez en Rusia; pero en Alemania, no. Y no faltan razones para que los alemanes actuales se vanaglorien de ello; es por lo que en este punto soy antialemán por naturaleza y vocación. Este libro alemán, que ha sabido hallar lectores en un círculo extenso de países y de pueblos –hace casi diez años de esto– y que es apto para dirigirse a cualquier cultura ideológica, como incluso seducir a rudos oídos extranjeros, es precisamente en Alemania donde ha sido leído más negligentemente, donde peor se ha entendido. ¿A qué se debe esto? Me han respondido, “Exige demasiado, se dirige a hombres liberados del apremio de deberes groseros, requiere inteligencias finas y delicadas, precisa lujo, lujo del ocio, de pureza de cielo y de corazón, de otium en el sentido más audaz: cosas buenas todas que nosotros los alemanes de hoy no podemos tener ni, por tanto, dar”. Ante una respuesta tan graciosa, mi filosofía me aconseja que me calle y no llevar más lejos las preguntas; sobretodo cuando, en ciertos casos, como dice el proverbio, no se es filósofo más que... guardando silencio. (Es decir, consideran que es para ociosos, y ellos se sentirían denigrados de restarle tiempo a sus deberes para un ocio que les exigiría demasiado.)
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Niza, en la primavera de 1886.
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Nietzsche, se califica como un hombre “póstumo”: que nació adelantado a la época, en la que faltan muchas generaciones de progresiva liberación de falsedades culturales para comenzar a ser comprendido. Es por lo que se resigna a “guardar silencio”.
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Desde la perspectiva tradicional, es muy comprensible que la proposición de Nietzsche que mayor reticencia causa sea la eliminación de toda ideología, convicción, creencia, filosofía, amor, virtud, respeto, veneración, tolerancia, etc. Para no hacer tan extenso el listado, digamos: valores conceptuales existentes. Pero esto que se rechaza es lo básico de su pensamiento y a su vez la principal causa de no poder llegar a él. Lo común es preguntarse: ¿Qué razón de vivir nos deja? ¿Sólo un materialismo? ¿Y qué de nuestros valores, virtudes, espiritualidad, y de la moral? Decididamente, no lo aceptamos, queda fuera de todo “razonamiento lógico”. Déjenos señor Nietzsche, como estamos. Nuestros valores tendrán fallas, pero es preferible a quedar en la nada misma que “Ud. nos enseña”. Permítanos que nuestros sabios y genios de toda época continúen sus esfuerzos en investigar verdades y mejorar la humanidad. Un nihilismo no nos atrae. No podemos perder el sentido, la finalidad, del existir. Nietzsche, a este respecto dice: “El perder los valores habituales produce una etapa de la nada; –náusea, le llama–. Pero ésta comienza a ser superada cuando el hombre ya desligado de falsedades va encontrándose a sí mismo, descubriendo su propia virtud y espiritualidad, natural humana. Todo es humano, demasiado humano”. Nuestra limitada capacidad de pensamiento causada por una falsa concepción valórica es la que nos impide apreciar la importancia, la “jerarquía”, de lo fundamental de su pensamiento, y no poder “ver”, sentir, experimentar, apreciar, la maravillosa espiritualidad humana, desde la que empíricamente descartaríamos los falsos valores que habíamos tenido por verdaderos, al observarlos inteligentemente en su verdadera dimensión.

DAML

16 octubre 2006


Friedrich Wilhelm Nietzsche

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EJEMPLO: NIETZSCHE - COLORES
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At 17/10/06 10:39 PM, P. said...
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Estimado Sr.
Junto con saludarlo, me gustaría saber el significado de la ca de muchos colores, que expresa el autor en el libro "Así hablo Zarathustra".
De antemano
Muchas Gracias.
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At 18/10/06 5:41 PM, daml said...
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Sr. P.
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Nietzsche, usa la denominación "colores" para referirse a prejuicios, creencias, Etc. que se encuentran insertadas en nuestras culturas como "verdades" y rigen nuestra conceptualidad limitando el acceder a nuestra natural capacidad de pensamiento convirtiéndonos en "espíritus esclavos". El pre-juicio, como la palabra lo indica, es la incapacidad de analizar, de pensar, de enjuiciar un concepto porque este se encuentra "pre-juiciado" en nuestro subconsciente. Y quedamos incapacitados para pensar algo opuesto a él.
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Estos prejuicios son conceptos que devienen de invenciones, de falsedades, de mitos inventados milenariamente por el ser humano y se contraponen a la naturaleza de la vida, "atentan contra la vida y el desarrollo de la humanidad". Lo que más nos pide Nietzsche, es que seamos escépticos. Que hagamos un esfuerzo por liberar nuestra capacidad de pensar. Que los falsos conceptos establecidos en nuestros valores debemos comenzar a enjuiciarlos, a pensarlos, a "rumiarlos" y encaminarnos a una realidad conceptual ajustada a la naturaleza, desprendiéndonos de las falsedades valóricas que nos limitan el intelecto y disfrutar la existencia en plenitud. Dice:"No crean en mí.No quiero discípulos. Cuando crean en Uds. mismos volveré a Uds".
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La ciudad llamada "La Vaca de Muchos Colores". En la vaca predominan sólo dos colores. Por lo tanto si tiene "muchos", a excepción de los dos "naturales", el resto son falsos, inventados, no existen en la realidad; son "prejuicios", son creencias ilógicas convertidas en verdades, (para nosotros, verdades)pero en la realidad son mentiras.
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"La ciudad que amaba tanto". La amaba porque a pesar de la cantidad de prejuicios, existía la inquietud de pensar los conceptos, de "rumiarlos" como la vaca; la que rumia antes de digerir el alimento que se le ofrece.Metáfora La ciudad llamada La Vaca de Muchos Colores: Un lugar de muchos prejuicios, pero donde se hace un esfuerzo por liberarse de ellos aplicando pensamiento. Un ejemplo de esta situación es aplicable al Renacimiento. Muy valorado por Nietzsche, porque se estaban rescatando, comenzando a manifestarse, los naturales valores humanos y por consiguiente las potencialidades intelectuales. Dice que este excelente movimiento fue frenado por Lutero al reformar la Iglesia. Con la Reforma la atacó y por lo tanto... la fortaleció.
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Si desea una respuesta más amplia, y o, mayor explicación de lo expuesto, consúltenos nuevamente.
Atte.
DAML
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R said:
Mi consulta fue: ¿Qué es un espíritu libre?
En su respuesta a P., menciona "que los prejuicios y creencias nos convierten en espíritus esclavos porque nos limitan nuestra capacidad de pensamiento". No entiendo cómo las creencias pueden limitarnos el intelecto para pensar. Un espíritu libre ¿es un ateo?
24/10/06 8:07 PM
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RESPUESTA:
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Nietzsche, denomina como "espíritu" a la mente. "Liberación del espíritu", vendría siendo similar a despejar la mente para que esta funcione correctamente. Este concepto de "espiritu libre" está relacionado a lo medular de su incomprendido pensamiento, el que podríamos resumir como: "Las innaturales creencias, ideologías, convicciones, falsas verdades, Etc. esclavizan la mente del ser humano porque inponen obligaciones involuntarias (inconscientes (palabra no usada por él; Nietzsche usa el "tú debes") que atentan contra la vida e impiden pensar, analizar un concepto que se oponga a este mandato del "tú debes". Creer es... no pensar"
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Una persona adherida a una creencia, no sabe el por qué cree; cree porque sí, y no existe para ella argumentación válida que la anule.Un ejemplo práctico de este comportamiento mental tan difícil de comprender se da en las fobias (horror o temor a algo). En cuanto se presenta la situación u objeto fóbico la persona reacciona con temor irracional, desmesurado. Tiene todo el conocimiento necesario como para darse cuenta de la inxistencia de peligro, pero este conocimiento no se le ordena en su mente; sólo sabe que siente temor. Perdió su capacidad de pensar, de analizar la información que posee respecto al objeto fóbico. Si tiene la suerte de "liberarse" de su anomalía, comentará: "Era ridículo tenerle temor a algo sin importancia" Puede decirlo porque recuperó su capacidad de pensamiento que anteriormente se encontraba bloqueada en esa área. Se le ordenó el conocimiento. No necesitó adquirir más información de la que poseía para recuperar su calidad de vida, la que en algunos casos se ve bastante menoscabada.
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No basta con ser ateo o sentirse libre de creencias religiosas o de otro tipo para convertirse en un espíritu libre. Nietzsche dijo: "Las creencias están escondidas en los valores culturales. Se han mantenido los valores que originariamente fueron formados por creencias y mitos. El origen quedó en el olvido, pero su efecto persiste por medio de una valorización errada de qué es bueno y qué es malo"
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En el prólogo de HUMANO, DEMASIADO HUMANO, relata su propia experiencia de liberación del espíritu.Este tema es muy extenso.
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Lo iremos completando de acuerdo a las consultas que recibamos para una canalización más directa a las inquietudes resultantes.
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Atte.
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DAML
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